Bienvenidos
iniciados, cualquier orden monástica debe someterse a una regla, y
la Orden del Temple también tuvo que hacerlo, sobre ella hablaremos
de manera general...
El
Viaje de Hugo de Payns.
Partiría desde Jerusalén
hacia Europa acompañado de 5 caballeros templarios:
Godofredo de Saint-Omer, Payen de Montdidier, Archibaldo de
Saint-Amand, Godofredo Bisol y Rolando; llevando consigo una carta de
recomendación del rey de Jerusalén, Balduino II, carta dirigida a
Bernardo de Claraval, pidiéndole su apoyo a Hugo y sus miembros; el
propio Balduino financiaría el viaje a Europa, igualmente el
Patriarca de Jerusalén pedía al papa una Regla modelada a la
creación de esta nueva Orden.
Con este viaje intentaba
además de obtener la aprobación y confirmación de la Orden y su
Regla, conseguir recursos económicos que le ayudaran a poder poner
en funcionamiento la futura Orden, y así atraer a reclutas que
fueran dando forma a la misma, a la vez que aprovecha para llamarlos
a la defensa del Santo Sepulcro de Jerusalén.
Es muy probable que uno de
sus puntos de visita fuera Roma para visitar al Papa y explicarle la
situación en Tierra Santa, ya que era el representante del rey
Balduino durante este viaje, presentándosele una gran oportunidad
para hablarle sobre la futura Orden y el papel que sus miembros
podrían desarrollar en Jerusalén.
Se piensa que de este
encuentro surgiera la celebración del futuro Concilio de Troyes.
Partes de la Regla.
Lo primero que debemos
decir, es que conocemos como Regla del Temple todo lo relacionado con
sus normas a seguir dentro y fuera del ámbito conventual, englobando
desde su forma de vestir hasta cuando y como deben comer...
Sin embargo, la Regla final
terminaría englobando 4 partes, que se irían añadiendo a medida
que la Orden crece y debe adaptarse a nuevas necesidades:
Regla Primitiva:
de la cual hablaremos a continuación.
Retractaciones:
Trata los usos y costumbres de la Orden. Redactada en 1165
Estatutos
Jerárquicos: Tratan lo relacionado con las ceremonias,
escrito sobre 1230-1240.
Consideraciones o
Retrais: Aquí se toca la disciplina, las faltas, gradaciones
de penas hasta ejemplos jurisprudenciales. Entre 1257-1267.
Las tres ultimas lo que
hacen es simplemente coger los artículos que componen la Regla
Primitiva, los estudian, desarrollando, cambiando o modificando aquel
artículo para acondicionarlo a las circunstancias del momento.
Concilio de Troyes:
14 Enero 1128
La Regla sería expuesta
por Hugues de Payns ante el legado pontifício Mateo d'Albano,
Obispos de Sens, Reims, Chartres, Soisons, parís, Troyes, Orleans,
Auxerre, Châlons-sur-Marne, Laon, Beauvais, Abades como Etienne
Harding, algunos laicos como Thibaut de Champaña o el Conde de
Nevers, entre otros...
Posteriormente se
procedería a su estudio artículo por artículo, siendo aceptada o
modificada por la Asamblea Consular; añadir que las modificaciones
no eran nada más que adaptarla a los usos y costumbres religiosos de
los conventos.
“Se trata de adaptar
una Regla monástica a los imperativos a que debían hacer frente
unos guerreros”. La Otra Historia de los Templarios. Michael
Lamy.
La reunión del Concilio
“se trató de una proclamación solemne, más que de una
fundación o una ratificación”, “fue una implicación de toda la
Iglesia, de todos sus miembros. Fue dar a aquella orden monacal,
entre todas las demás, una dimensión universal”. Los
Misterios Templarios. Louis Charpentier.
La Regla y sus
Revisiones.
La Regla que se conoce del
1131 sería redactada en latín y
comprendía 68 artículos, revisada y
aprobada por el Patriarca Esteban de La Ferté, en ella expone que la
Orden es dependiente de la autoridad patriarcal, sin embargo, debería
eliminarse esta autoridad en la futura revisión de la Regla en el
año 1139, pasando a depender directamente del sumo
pontífice cuando comienza la expansión de la Orden fuera de
Oriente.
En 1140 sería
traducida al Francés, lengua oficial de la Orden,
añadiéndosele algunas variaciones o modificaciones, como atraer a
los Excomulgados; igualmente el Patriarca de Jerusalén modificaría
12 artículos y añadiría 24 como por ejemplo el conceder el manto
blanco sólo a los caballeros.
Tras la Bula Omne Datum Optimun (1163), la Regla quedaría fijada
definitivamente.
Reticencias con los
monjes-guerreros.
A nivel social se
produciría en un primer momento un rechazo a estos personajes, ya
que no se entendía la imagen de un monje que blande una espada, el
pensamiento era: “como un monje que debe predicar el bien, puede
blandir una espada y matar a otro semejante”; las críticas, el
rechazo a la orden llegaría a hacer dudar a sus propios miembros,
preguntándose “cual era su verdadera función, si no pecaban al
matar...”.
Hugo dándose cuenta de que
esta perdiendo la confianza de sus hermanos, y la confianza hacia
ellos mismos, escribe a Bernardo una carta pidiéndole que defienda
la misión de los templarios y que actuara como la autoridad
espiritual que debía ser.
Bernardo le respondería y
sería en este instante cuando nace el De laude novae militiae,
básicamente ataca a los guerreros tradicionales y enardece
los nuevos guerreros o milicia de Dios. (Aparte si os interesa hay
una entrada con 5 capítulos de la Loa A La Nueva Milicia).
A continuación muestro el
texto redactado donde por un lado ataca y por otro enardece a los
nuevos guerreros.
Crítica a los guerreros
tradicionales:
“ ¿Cuál es, caballero,
ese inconcebible error, esa inadmisible locura que hace que gastéis
para la guerra tanto esfuerzo y dinero y no recojáis más que frutos
de muerte o de crimen?.
Engalanáis a vuestros
caballos con sederías y cubrís vuestras cotas de malla con no sé
qué trapos. Pintáis vuestras lanzas, vuestros escudos y vuestras
sillas, incrustáis vuestros bocados y vuestras espuelas de oro, de
plata y de piedras preciosas. Os engalanáis pomposamente para la
muerte y corréis hacia vuestra perdición con una impúdica furia y
una insolencia descarada. ¿Son estos oropeles el arnés de un
caballero o las galas de una mujer? ¿O acaso creéis que las armas
de vuestros enemigos se apartarán del oro, perdonarán las gemas, no
penetrarán en la seda? Por otra parte, se ha demostrado a menudo que
tres cosas sobre todo son necesarias en la batalla: el que un
caballero esté alerta a defenderse, que sea rápido sobre la silla y
presto en el ataque. Pero vosotros, por el contrario, os cubrís la
cabeza como mujeres, para incomodidad de vuestra vista; vuestros pies
se enredan en unas camisas largas y amplias y escondéis vuestras
manos delicadas y suaves bajo unas mangas amplias y acampanadas. Y,
así ataviados, os batís por las cosas más vanas, tales como la
cólera irracional, la sed de gloria o la codicia de los bienes
temporales. Matar o morir por tales objetivos no salva el alma”.
Enardecimiento de los
nuevos guerreros:
“El caballero de Cristo
mata a conciencia y muere tranquilo: muriendo, alcanza su salvación;
matando, trabaja por Cristo. Sufrir o causar la muerte por Cristo no
tiene, por un lado, nada de criminal y, por el otro, es merecedor de
una inmensa gloria...
Sin duda, no habría que
dar muerte a los paganos, ni tampoco a los demás hombres, si se
tuviera otro medio de detener sus invasiones e impedirles oprimir a
los fieles. Pero en las circunstancias presentes, es preferible
masacrarles que dejar el arma de los pecadores suspendida sobre la
cabeza de los justos y que dejar a los justos expuestos a cometer
también iniquidades. ¿Qué hacer, entonces? Si no le fuera
permitido jamás a un cristiano golpear con la espada, ¿habrá el
precursor de Cristo recomendado solamente a los soldados que se
contentaran con su soldada? ¿No les habría prohibido más bien el
oficio de las armas?.
Pero no es así, sino muy
al contrario. Llevar las armas les está permitido, al menos a
aquellos que han recibido su misión de lo alto, y que no han hecho
profesión de una vida más perfecta. Os pregunto si lo hay más
cualificados que esos cristianos cuya poderosa mano conserva Sión,
nuestra fortaleza, para defendernos a todos y para que, una vez
expulsados de allí los transgresores de la ley divina, la nación
santa, guardiana de la verdad, pueda entrar en ella con seguridad.
!Sí, que dispersen, derecho tienen a ello, a esos gentiles que
quieren la guerra; que supriman a cuantos nos perturban; que arrojen
fuera de la ciudad el Señor a todos esos siervos de la iniquidad que
sueñan con arrebatar al pueblo cristiano sus inestimables riquezas
encerradas en Jerusalén, con mancillar los Santos Lugares y con
apoderarse del santuario de Dios!.
Ahora, para dar a nuestros
caballeros que militan no en favor de Dios sino del diablo un modelo
a imitar, o más bien para inspirarles confusión, expondré
brevemente el tipo de vida de los Caballeros de Cristo, su modo de
comportarse tanto en la guerra como en sus casas. Quiero que se vea
claramente la diferencia que existe entre los soldados seglares y los
soldados de Dios. En primer lugar, no falta disciplina entre ellos. No
sienten desprecio por la obediencia. A una orden de su jefe, van,
vienen; visten el hábito que él les entrega, y no esperan de otro
que él su vestimenta y sustento. Tanto en el vivir como en el vestir
se evita lo superfluo; se reserva la atención para lo necesario.
Es la vida en común,
llevada en alegría y mesura, sin mujeres ni hijos. Y para que la
perfección angélica se vea hecha realidad, habitan todos en la misa
casa, sin poseer nada propio, atentos a mantener entre ellos un mismo
espíritu cuyo vínculo es la paz. Diríase que esta multitud no
tiene más que un corazón y un alma, de tanto como cada uno, lejos
de seguir su voluntad personal, se apresura a obedecer a la del jefe.
No permanecen nunca ociosos; no van ni vienen por pura curiosidad;
pero cuando no se hallan en campaña (lo que ocurre raramente), para
no comer el pan sin habérselo ganado, zurcen sus ropas rotas,
reparan sus armaduras (…). No existe entre ellos preferencia de
personas; se juzga según su mérito, no según la nobleza (…).
Nunca una palabra insolente, una tarea inútil, un estallido de risa
inmoderada, una murmuración, por más nimia que sea, quedan sin
castigo. Detestan el juego del ajedrez, os de azar, sienten horror
por la caza de montería, y ni siquiera se divierten con la caza del
pájaro por la que tantos otros andan locos. Los mimos, las que dicen
la buenaventura, los juglares, las canciones jocosas, las
representaciones teatrales son a sus ojos otras tantas vanidades y
locuras que apartan de sí y de las que abominan. Llevan el cabello
corto, pues saben que, según la palabra del apóstol, es vergonzoso
para un hombre preocuparse por el cabello. No se peina en absoluto y
se bañan raramente. Por ello se les ve desaliñados, desmelenados,
negros de polvo, la piel tostada por el sol y tan bronceados como su
armadura.”
Bibliografía:
Codex Templi. Templespaña.
Los Templarios en los
Reinos de España. Gonzalo Martínez Diez.
La Otra Historia de los
Templarios. Michel Lamy.
Los Misterios Templarios.
Louis Charpentier.
El Legado Templario. Juan
G. Atienza.
Los Templarios. Monjes y
Guerreros. Piers Paul Read.
La Vida Cotidiana de los
Templarios (S.XIII). Georges Bordonove.
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