2 de julio de 2014

Los Guardianes del Testamento de San Miguel de Breamo

     

·        Introducción:

     Esta leyenda surge en Villa de Potedeume, A Coruña – Galicia.
     En la cumbre de su majestuoso monte Breamo, aparece una de las iglesias románicas más bellas de la comarca.

   


  Su historia cuenta que fue construida por los templarios en 1187, en el contrafuerte izquierdo de la puerta principal se puede observar tallada en la piedra: “ERA MCCXXV” (se refiere a la era hispánica, de manera que habría que restarle 38 para  llegar a la era cristiana).
     Como ocurre con todas las leyendas transmitidas oralmente, no podemos afirmar si durante la construcción o una vez construida, Gerard de Ridefort, maestre del Temple  fue derrotado en la Batalla de Hattin (1187) donde cayó prisionero después de una humillante derrota ante Saladino.
     Según la historia o la tradición oral, el maestre abjuro de su fe, este hecho no se puede demostrar.
     La iglesia se relaciona con esta acción, de tal manera que representa un testamento marcado en piedra para que perdurara con el tiempo y no se convirtiera en un simple templo.



·        Leyenda:

     En la lluviosa tarde de Nochebuena de 1224, junto a  la iglesia de San Miguel de Breamo, once hombres se calentaban silenciosamente junto a una hoguera. Eran gente ruda y las lanzas y espadas que portaban advertían que se trataban de guerreros curtidos en batallas, hombres de iglesia, por las cruces bermejas portaban sobre sus majestuosas capas blancas. Eran caballeros de la Orden del Temple, venidos desde el lejano Oriente hasta las tierras donde se pone el Sol. Habían sido desterrados al Fin del Mundo por sus superiores, tras luchar contra las huestes de Saladino. En contra de lo establecido por las reglas de la Orden, habían huido tras sufrir una gran derrota. Por eso estaban en San Miguel de Breamo. Tenían como única misión custodias esta humilde y solitaria iglesia.

     Al caer la noche, los once caballeros se refugiaron en el interior de la capilla. Como hacían todas las noches, durante años, miraron al rosetón que se alzaba sobre la puerta y, como siempre, allí estaban las once puntas; una por cada caballero.
     Aquella noche, algo les atraía a mirar el rosetón sin saber la razón. Algo extraño estaba ocurriendo. Algo era distinto. Volvieron a mirarlo y no eran once puntas, sino doce. Una más. Un caballero más. Y así era. En el centro de la humilde nave, un niño dormía plácidamente sobre un manto de paja ante el altar. Y así estuvo durmiendo todas la noche.
              


      Al alba, cuando aparecieron las primeras luces en el horizonte, justo en ese momento, el rosetón volvió a tener once puntas y el niño desapareció.
     Desde entonces, todas las noches de Navidad, la gente jura que el rosetón tiene doce puntas, hasta el alba que vuelven a ser once.

     Bibliografía:


Codex Templi. Templespaña.








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