LEYENDA
– ROMANCE LA SERRANA DE LA VERA.
Marchémonos
a tierras de Extremadura donde existe la leyenda – romance de La
Serrana, podría ser pastora o labriega según quien lo contara....
Una
muchacha seducida por un hidalgo, quien con promesas de matrimonio
consiguió lo que quería y se marcho.
La
Serrana sintió tal humillación que huyó para esconderse de las
miradas en la sierra, viviría sola manteniéndose de lo que cazaba en
estos lugares, adoptando como técnica de supervivencia una manera
muy peculiar de conseguir aquello que necesitaba, y porque no decirlo, de vengarse una y otra vez de aquel hombre que la humilló.
El
tiempo que estuvo haciendo esto no se sabe, pero su leyenda –
romance fue narrada por un superviviente que consiguió escapar de su
cueva.
Los
romances cuentan que al ver cráneos en el interior de la cueva,
comenzó a desconfiar, y ¿quién no desconfiaría?, era muy amable ofreciéndole buena comida y buen vino, y dejando entender que el
postre sería lo mejor, como medio de defensa, este “viajero” le
dijo: - “Déjame pagarte tanta hospitalidad con unas canciones”;
adormecida por su voz, aprovechó el momento en que cayó en el sueño
para salir como un rayo de la cueva.
¿Que
pasó con ella?.
Perseguida,
ajusticiada, indultada, a elegir y que cada cual decida que debiera
ser de ella.
Romance
de La Serrana.
Allá en
Garganta la Olla
en las
sierras de la Vera,
donde el
rey no manda nada
y la
justicia no llega,
ni los
hombres tienen miedo,
ni las
mujeres vergüenza,
habitaba
una serrana,
alta,
linda, ojimorena,
blanca como
pan de leche,
rubia como
la canela.
Al uso de
cazadora,
gasta falda
a media pierna,
botín alto
y argentado
y en el
hombro una ballesta;
trae
recogidos los rizos
debajo de
la montera,
que no se
diferenciaba
si era
varón o era hembra.
Cuando
tiene gana de hombre,
se bajaba a
la ribera,
va por ver
cantar el agua
y bailar a
las arenas;
cuando de
amores no quiere,
se sube a
las altas peñas.
Estando yo
con mis cabras
donde
llaman Torrambela,
vi bajar a
la serrana
brincando
de piedra en piedra.
Me ha
desafiado a luchar,
me puse a
luchar con ella.
Me dice
"Pollo calzado",
le digo
"Gallina clueca";
me tiró la
zapateta,
le tiré la
zancajuela,
ni ella me
tumbaba a mí,
ni yo
tumbarla pudiera.
Quiso Dios
y mi Fortuna
por debajo
me cogiera,
y, de que
me vio vencido,
me llevó
para su cueva.
No me lleva
por camino
ni tampoco
por vereda,
que me
lleva por carriles
que de
cristianos no eran.
Me dio
yesca y pedernal
para que la
lumbre encienda:
Prende,
prende, serranillo,
que voy a
buscar la cena.-
El fuego
sin encender,
ya la
serrana volviera;
de
coneacuri y perdices
trae la
pretina llena,
de tórtolas
y aragüeñas.
¡Alégrate,
caminante,
que buena
cena te espera!-
Y se puso a
hacer la lumbre
con huesos
y calaveras.
Mientras
que el conejo se asa,
la perdiz
está en cazuela.
Se pusieron
a cenar;
me mandó
cerrar la puerta,
pero yo, de
prevenido,
la dejé un
poco entreabierta.
Si buena
cena me dio,
muy mejor
cama me diera:
sobre
pieles de venado
su
mantellina tendiera
y de
cabecera puso
las pieles
de una coneja.
Ella toca
un rabelillo,
a mí me
dio una vihuela.
Yo, que lo
sabía hacer,
me puse a
templar las cuerdas,
la prima
con la segunda,
el bordón
con todas ellas.
vino blanco
para ella.
Bebe, bebe,
serranillo,
bebe por la
calavera.
Venga vino
sobre vino,
venga vino
en borrachera.
Por un
cantar que ella canta,
yo cantaba
una docena;
intentó
dormirme a mí
y yo la
adormecí a ella.
Desde que
la vi dormida,
de un
brinco me salí afuera,
con las
bragas bajo el brazo,
los zapatos
en chancleta.
Legua y
media llevo andado
sin
revolver la cabeza;
una vez que
la volví,
¡ojalá no
la volviera!,
vi venir a
la serrana
bramando
como una fiera,
dando
brincos como corza,
relincha
como una yegua.
Puso un
chinarro en la honda,
que pesaba
arroba y media,
luego del
primer hondazo
me ha
tumbado la montera.
¡Espérate,
serranillo,
que te
dejas la montera,
la montera
es de buen paño
y es
lástima que la pierdas!
Aunque
fuera ella de oro,
yo por ella
no volviera.
Por Dios te
pido, serrano,
no me
descubras mi cueva.
No te la
descubriré,
hasta la
primera venta.
¡Ay de mí,
triste cuitada,
que ahora
seré descubierta,
que mi
padre comió pan
y mi madre
pació hierba!
Soy hija
del Conde Orgaz,
engendrada
en una yegua,
mis
hermanos son dos potros,
que andan
por la alta sierra.
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